Eliminar la acostumbrada dicotomía entre el esfuerzo
y la retribución, es cada vez más importante en la vida de un profesional. Por
eso cuando alguien decide poner en marcha una iniciativa, ya sea como
profesional individual o como una corporación, debe empezar por escoger adecuadamente
el mercado, porque eso determinará si la propuesta es de corto o de largo
recorrido, y si conseguirá o no la adecuada recompensa. En el arte de
escoger mercado está el secreto del éxito o del fracaso de una actividad.
Esta dinámica constructiva debe empezar, si es una
persona, en su etapa de formación, identificando en qué sector profesional hay
más demanda y no insistir en aquellas profesiones que concentran la mayor parte
de los estudiantes. Venimos de un escenario donde la mayoría de los nuevos
profesionales se titulan en disciplinas como derecho, administración de
empresas, periodismo, etc., dejando de lado otras carreras más especializadas,
y por lo tanto, menos concurridas.
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Por otro lado, si se acierta a la hora de escoger,
automáticamente se consigue un compromiso entre la actividad y su promotor, lo
cual estimula la innovación en el ejercicio de las tareas. Por desgracia, la
ausencia de armonía condena a repetir los procedimientos rutinarios, cuando es
más fácil y menos costoso buscar nuevas alternativas, algo imposible si no
existe una justa recompensa a la acción.
Si se admite la creatividad en el puesto de trabajo, y todos los actores interpretan de forma apropiada la libertad para aportar procedimientos creativos que mejoren la competitividad, la producción aumenta, se forja un mayor compromiso, se gesta la lealtad, etc. Sin embargo, es muy complicado concebir buenas ideas si nunca se ha tenido autonomía para actuar, porque crear ideas es un hábito que se desarrolla con la práctica, con repetir procedimientos, con proponer y destruir para volver a proponer, sin miedo a cosechar reprimendas ni descalificaciones.
Ahora bien, si se escoge adecuadamente dónde actuar, y la acción responde a factores como la satisfacción, pronto se empieza a notar el compromiso con universos como el idioma. El trabajador procura el acceso a la información diversificando sus fuentes, intenta interpretar documentos que no siempre están en el idioma habitual. Actualmente es innegable la importancia de hablar más de un idioma.
Por todo ello, es fundamental introducir la formación como un elemento implícito de las tareas. Desarrollar funciones demasiado estáticas, donde los procedimientos responden a repeticiones eternas, es desperdiciar la oportunidad de crecer con el trabajo. Por lo tanto, las tareas deben constituir en sí mismas una formación, introduciendo nuevos elementos, favoreciendo a que su concepto global crezca y que su ejecutor aprenda a asimilarlo e, incluso, a proponer alternativas en los momentos críticos.
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Ahora bien, si se escoge adecuadamente dónde actuar, y la acción responde a factores como la satisfacción, pronto se empieza a notar el compromiso con universos como el idioma. El trabajador procura el acceso a la información diversificando sus fuentes, intenta interpretar documentos que no siempre están en el idioma habitual. Actualmente es innegable la importancia de hablar más de un idioma.
Por todo ello, es fundamental introducir la formación como un elemento implícito de las tareas. Desarrollar funciones demasiado estáticas, donde los procedimientos responden a repeticiones eternas, es desperdiciar la oportunidad de crecer con el trabajo. Por lo tanto, las tareas deben constituir en sí mismas una formación, introduciendo nuevos elementos, favoreciendo a que su concepto global crezca y que su ejecutor aprenda a asimilarlo e, incluso, a proponer alternativas en los momentos críticos.
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