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Bien podíamos escoger para
analizar logros incuestionables de emprendimientos que han llegado al objetivo
sin sobresaltos. Si embargo, eso no ayudaría a hacer frente a los problemas de quienes
deben afrontar un proceso de liquidación de sus negocios, siempre nos referimos
a los pequeños empresarios, porque muchos desconocen los factores para
vencer la adversidad.
Cuando se decide cerrar el
negocio, lo primero que conviene tener en cuenta, tanto por su realidad administrativa,
como por la trascendencia de la acción, son los instrumentos con los que se cuenta
para vencer ese momento crucial, tras la toma de decisión. Es necesaria una
gran dosis de capacidad personal para separar lo corporativo de lo particular, algo
especialmente importante si se quiere actuar libre de ataduras.
En el momento de
adversidad, ese lapso donde un empresario decide dar por concluida su actividad
comercial, entra en juego todo: el estado de ánimo, el enfoque del problema, la
interpretación de los procedimientos, el sentimiento personal, el modo de
actuación, la condiciones económicas y el círculo de apoyo del entorno familiar.
Sin embargo, no siempre la
acción se limita a lo corporativo, sino, más aún en las actividades de barrio,
juega un papel muy importante el aspecto anímico derivado de la cercanía con
quienes formarán parte del otro lado del problema, quienes ahora deben recibir
una explicación legal de lo ocurrido y, probablemente, deban asumir perjuicios
monetarios.
La complejidad del proceso
compromete decisiones definitivas, irreversibles, porque muchos acabarán prescindiendo
de las amistades, que a lo mejor el empresario desearía conservar, para
ejercitar sus derechos legales. Por todo
ello, es mejor:
Buscar soluciones legales
para no seguir alimentando el problema. En esta fase del proceso, donde se
utilizan todos los valores reales del negocio y se determina su inviabilidad, es
importante proteger a la persona, al empresario, ya que nada de lo ocurrido, a
pesar de que algunos sostengan que sí, es producto de una decisión personal deliberado,
sino resultados corporativos.
Parar en el momento oportuno.
No suele ser fácil tomar la decisión de cerrar el negocio y afrontar las
consecuencias del temido fracaso, social.
Pero se debe valorar la necesidad de una solución y, por lo tanto, la asunción
de los costes, tanto económicos como sentimentales.
Nadie es sinvergüenza.
Cuando las relaciones han superado lo meramente comercial, se establece un
vínculo de supuesta amistad, que
si no se gestiona con madurez, acaba
aniquilando psicológicamente al empresario. Los insultos y las
descalificaciones son completamente reales, de personas a quienes se atribuían
un rasgo de amistad ahora inexistente.
Sin sentimentalismos
en la toma de decisión es vital, por el bien personal y familiar. Naturalmente,
aflora un sentimiento de culpa al actuar contra los intereses ajenos, pero la
situación resulta de la consecuencia lógica del final del trayecto comercial,
no una artimaña deliberada para perjudicar a nadie. Por lo tanto, en este
proceso el empresario no puede considerarse sinvergüenza ni estafador.
Tomar medidas legales
recurriendo a abogados expertos en la materia, que sean capaces de defender los
derechos, es otro paso importante. Es la forma de articular un mecanismo externo que garantice el
buen funcionamiento del proceso, contribuya a poner cordura sobre los fundamentos
personales, y garantice el mantenimiento de la objetividad sobre los hechos.
Por desgracia, estos son
sólo algunos puntos que considero importantes para enfrentarse a un momento de
adversidad. Sin embargo, no son definitivos ni los únicos, simplemente el
esbozo de la experiencia de haber vivido esta situación en primera persona.
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