No se evita el fracaso eludiendo la acción, sino emprendiéndola.
@morguefile |
Ciertamente
existe una barrera imaginaria que parece infranqueable para acometer una acción
y está fundamentada en conceptos sociales sin provecho que no aportan nada
sustancial. Pero una vez se cae en la trampa de que debemos rendir cuentas de
todo a los demás, salir de esa rueda resulta casi imposible; consume la
sensibilidad hacia los valores propios, debilita las virtudes personales. En
ese estado uno empieza a autoanalizarse con un sentido crítico tan innecesario
como despiadado. “Yo no valgo para nada”,
se quejaba un joven cuando sus compañeros aludían a su incapacidad para correr
con el fin de dejarle fuera del equipo de atletismo. Esa es la clave, el entorno
convierte nuestra debilidad en arma arrojadiza que si no le ponemos remedios,
nos marcará de por vida.
Tendría un valor incalculable impulsar una corriente
basada en cómo afrontar el fracaso. Entender
que no es malo fracasar pondría de nuevo en acción a muchos empresarios abatidos
actualmente por la depresión económica, incapaces de considerarse merecedores
de una segunda oportunidad. Reconocer que no hemos tomado la mejor alternativa
posible revitaliza la confianza, devuelve a la persona su integridad para reencontrarse
a sí misma y recuperar el valor perdido de forma paulatina mientras se debatía
entre si valía o no, si era bueno o no, si debía o no acometer ésta o aquella
acción. Es absurdo quedarse sólo con el rescoldo de la mala experiencia del
pasado, porque asumirla conlleva avivar el fuego que consume el ánimo y la creatividad.
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Así pues, es tan importante admitir el fracaso cono
reconocer que se ha fracasado. Muchos tendemos a huir de nuestros descalabros,
pero sin reconocerlos. Lo que se diría comúnmente: echando balones fuera; haciendo a los demás responsables de nuestro
desacierto. ¿Por qué llegamos a esta situación? Desde que nacemos se nos inculca,
queriéndolo o no, apreciar sólo los triunfos y aborrecer los fracasos. Sin
embargo, probar el néctar del desengaño, como ya hemos dicho muchas veces,
ayuda a entender mejor las ramificaciones de ponerse en marcha y a elegir el
camino adecuado para no incurrir en el mismo error. Aprender las derivaciones
del fracaso y transformar sus consecuencias en un estado de ánimo positivo, es
avanzar.
Evidentemente quien más examina nuestros
procedimientos es nuestra propia familia. Ellos nos miran con demasiada ansia
de vernos triunfar, quizá porque también se juegan algo en nuestra mesa de apuesta.
Están preocupados por las disquisiciones de los vecinos o de los amigos
respecto a nuestro proceder. Prefieren evitarse ese mal trago que asumir nuestra
valentía al haber propuesto aquella iniciativa.
Luego es la sociedad el mayor escollo. ¿Cómo puede
un emprendedor presentar una propuesta nueva a ningún estamento social cuando
ya lleva en la espalda el estigma de fracaso? Esto es de lo más curioso,
cuando alguien analiza el curriculums personal de un empresario y ve que ha
tenido una empresa y no lo ha podido mantener, le mira de otra manera. Intenta
encontrar cualquier excusa para deshacerse de él, sin importar su valor,
experiencia, capacidad, conocimientos...
Por último, el mayor obstáculo a la hora de rendir
cuentas somos nosotros mismos. A veces la profundidad de las exigencias
personales hace que nunca estemos a gusto con nuestras creaciones, creemos estar
señalados para el fracaso y nos resignamos.
“¡Olvídate de mí y escribe, siéntete
libre a decir lo que quieras y como quieras!”, me dijo no hace mucho tiempo Ricardo, mi editor y amigo. Le había
interpelado varias veces para saber su opinión sobre mis artículos. Lo cierto
es que eso me sirvió para entender que lo primero es la comodidad con uno
mismo, luego, si es necesario, entra en juego la opinión externa. La vida, los
momentos, los hechos conforman un escenario de aprendizaje, de todo hemos de
sacar conclusiones. Por lo tanto, no debe ser tan importante la percepción de
los demás, ya que ni siquiera han participado en la elaboración de la idea y
nunca conocerán a qué sabe nuestra decepción.
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