@morguefile |
Hace unos días, en un encuentro muy gratificante con
una nueva amiga, comprendí mi equivocación con respecto a ciertos valores predominantes
en mis procedimientos. Bastó con escuchar su convincente
explicación para percibir la importancia de cotizar el valor del esfuerzo
personal.
Hasta ahora, muchas de mis iniciativas se
materializaban en manos de terceras personas que no habían aportado nada en el
proceso de concepción, pero supieron aprovecharse de la idea, dejándome fuera
de ella para cosechar, en algunos casos, grandes beneficios personales o
profesionales.
Ya hablé aquí de las repetidas ocasiones en las que elaboraba propuestas, de las que desistía al no recibir respuesta de las personas o jefes de área administrativa a quienes las presentaba. Sin embargo, estas iniciativas acababan poniéndose en marcha en los departamentos que me habían ignorado. Mi compañera siempre me reprochaba haberlo permitido sin pedir nada a cambio, a lo que yo contestaba sin demasiado interés, diciendo que era capaz de crear una y otra vez, que ese era mi trabajo. Ahí está el gran error. Porque al consentir ese agravio, dejaba de valorar mi esfuerzo y por extensión mi propia persona.
Si todo tiene un valor económico en esta sociedad, ¿por qué el esfuerzo, el conocimiento o la experiencia no la van a tener? No es recomendable instalar el umbral de la valoración personal por debajo de lo que se merece. Porque el camino del emprendedor está lleno de maliciosos capaces de aprovecharse del trabajo ajeno.
Muchas veces, por mero compromiso o responsabilidad, aportamos más de lo debido en una actividad sin pedir nada a cambio y, naturalmente, nos sentimos satisfechos por haberlo hecho. Sin embargo, hasta los minutos empleados en pergeñar una idea o en ejecutar una acción, tiene su coste, por lo tanto no es recomendable renunciar a percibir una contraprestación por ello.
Desde luego esta sociedad esta acostumbrada a medir los beneficios en función del coste de cada acción, a la baja, en el mínimo. Por lo que abundan propuestas contractuales donde se exige que una de las partes interesadas, realice su aportación gratuitamente, ya que no hacerlo supone exponerse a perder la oportunidad que otros aprovecharían sin pestañear.
Por lo tanto, la primera norma a la hora de concretar un compromiso de trabajo, es valorar debidamente la aportación, lo cual conllevará valorarse uno mismo ante esa obligación. Por otra parte, a partir de ahora, diré que es mejor declinar algo si hacerlo supone renunciar a valorar su coste adecuadamente y desistir de cobrarlo.
Ya hablé aquí de las repetidas ocasiones en las que elaboraba propuestas, de las que desistía al no recibir respuesta de las personas o jefes de área administrativa a quienes las presentaba. Sin embargo, estas iniciativas acababan poniéndose en marcha en los departamentos que me habían ignorado. Mi compañera siempre me reprochaba haberlo permitido sin pedir nada a cambio, a lo que yo contestaba sin demasiado interés, diciendo que era capaz de crear una y otra vez, que ese era mi trabajo. Ahí está el gran error. Porque al consentir ese agravio, dejaba de valorar mi esfuerzo y por extensión mi propia persona.
Si todo tiene un valor económico en esta sociedad, ¿por qué el esfuerzo, el conocimiento o la experiencia no la van a tener? No es recomendable instalar el umbral de la valoración personal por debajo de lo que se merece. Porque el camino del emprendedor está lleno de maliciosos capaces de aprovecharse del trabajo ajeno.
Muchas veces, por mero compromiso o responsabilidad, aportamos más de lo debido en una actividad sin pedir nada a cambio y, naturalmente, nos sentimos satisfechos por haberlo hecho. Sin embargo, hasta los minutos empleados en pergeñar una idea o en ejecutar una acción, tiene su coste, por lo tanto no es recomendable renunciar a percibir una contraprestación por ello.
Desde luego esta sociedad esta acostumbrada a medir los beneficios en función del coste de cada acción, a la baja, en el mínimo. Por lo que abundan propuestas contractuales donde se exige que una de las partes interesadas, realice su aportación gratuitamente, ya que no hacerlo supone exponerse a perder la oportunidad que otros aprovecharían sin pestañear.
Por lo tanto, la primera norma a la hora de concretar un compromiso de trabajo, es valorar debidamente la aportación, lo cual conllevará valorarse uno mismo ante esa obligación. Por otra parte, a partir de ahora, diré que es mejor declinar algo si hacerlo supone renunciar a valorar su coste adecuadamente y desistir de cobrarlo.
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