@morguefile |
Lo que cuento a continuación es una historia
real, la peripecia de un amigo al intentar darse de baja de autónomo, por una
necesidad extrema, pero se resigna a una decepción administrativa
incalculable.
Este emprendedor, en compañía de una amiga
suya, creó una sociedad y puso en marcha una actividad comercial hace cinco
años, en el ámbito del transporte. Sin embargo, arrastrado por la crisis, no
consiguió sostener su propuesta en el sector, lo cual le obligó a cerrarla dos
años más tarde. Como toda pequeña empresa, había encomendado la gestión
administrativa a una gestoría especializada que se encargaba de todo el papeleo
legal. Estos gestores recomendaron olvidarse de la empresa, “la dejamos morir”, dijeron, lo cual
parecía una propuesta lógica para ahorrar costes de papeleos.
Pero hace poco tiempo, le llegó a mi amigo una notificación de la Seguridad Social comunicándole que se empezaría a ejecutar el embargo perceptivo por las cuotas de autónomo que había dejado de abonar en todo este tiempo, sin él saberlo. Él ni siquiera era el administrador de la empresa. Lo primero fue acudir a la oficina de la Seguridad Social de su zona para darse de baja como autónomo, ya que la empresa había cesado la actividad hacía ya más de tres años. Además, necesitaba liberar un dinero que tenía en su banco de toda la vida, en un plan de jubilación que sólo podía rescatar si se inscribía en la lista del paro y demostraba que no estaba recibiendo ninguna prestación social.
Pero hace poco tiempo, le llegó a mi amigo una notificación de la Seguridad Social comunicándole que se empezaría a ejecutar el embargo perceptivo por las cuotas de autónomo que había dejado de abonar en todo este tiempo, sin él saberlo. Él ni siquiera era el administrador de la empresa. Lo primero fue acudir a la oficina de la Seguridad Social de su zona para darse de baja como autónomo, ya que la empresa había cesado la actividad hacía ya más de tres años. Además, necesitaba liberar un dinero que tenía en su banco de toda la vida, en un plan de jubilación que sólo podía rescatar si se inscribía en la lista del paro y demostraba que no estaba recibiendo ninguna prestación social.
Allí empezó su calvado. En la Seguridad Social le reclamaron el expediente de cierre de la empresa, papel del que carecía, o un certificado que demuestre que él ya no pertenecía a la sociedad. Su ex socia, administradora única de la empresa, le entregó las escrituras y con ella acudió a las oficinas de Hacienda, donde se negaron a certificar que la sociedad había dejado de trabajar en las fechas que le convenía, sobre todo para dejar sin efecto la deuda que pesaba ya sobre él.
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Aquí se encuentra antes dos situaciones, primero,
nadie sabe explicarle cómo estaba dado de alta como administrador de una
empresa en la que sólo era socio, seguramente por una estrategia de los
gestores para reducir costes y, las dos administraciones que actuaban en este
caso se negaban a darle de baja de autónomo, lo cual seguía dificultaba parar
el embargo.
En fin, volvió a hacienda, donde
rectificaron este error, pero le comunicaron que no podían expedir el certificado correspondiente por culpa de que la empresa había dejado simplemente de funcionar, lo que sus gestores
llamaron en su momento dejarla morir.
Es decir, tampoco conseguía con ese
cambio los documentos necesarios para darse de baja como autónomo.
En esas estaba mi amigo cuando nos encontramos y me contó su historia.
Muchos dirán que si hubiesen hecho todo como debían, mi amigo no se habría encontrado con esta situación, pero dejo aquí la historia, para que cada cual saque sus conclusiones. De momento, diré que es sumamente fácil darse de alta en las administraciones públicas, pero sumamente difícil darse de baja.
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