No es tan malo agruparse, es peor separarse en la tormenta.
@morguefile |
Nadie debe perder la razón ni tener miedo para poner en marcha una actividad. No existe el éxito sin riesgo. Muchas veces, llevados por la necesidad de sobrevivir el día a día nos cuesta gastar nuestros recursos en una nueva actividad comercial, porque estamos atenazados por la posibilidad de perderlo todo. Sin embargo, una acción calculada, analizada con criterio puede conformar las bases del bienestar del mañana.
Es complicado empezar una iniciativa cuando apenas se tiene recursos para sobrevivir a los desembolsos del día a día.
No obstante, es mejor ponerse en marcha de inmediato, antes de consumir el
último aliento. Es rotundamente peor aguardar una
oportunidad infalible que quizá nunca llegue. “¿Y yo qué voy a hacer si ni siquiera sé cómo
se hace?”, preguntan muchos. Nadie tiene la estrategia perfecta para
proponer una batalla en solitario.
Como decía en artículos anteriores, ha llegado el momento de formar equipos para maximizar las aportaciones personales, lo cual aumenta significativamente la opción de crear redes con personas afines, aprovechando las sinergias para aportar y recoger a medidas iguales. Cualquiera que decida emprender este camino debe dejar de lado el individualismo recalcitrante, la mezquina idea de aportar sólo cuando hay beneficio inmediato a la vista. Afortunadamente, la sociedad se ha globalizado y si el vecino se empobrece, su desgracia, tarde o temprano, acabará tocando el recurso de todos. Por naturaleza partimos de un sentimiento de lejanía hacia los problemas ajenos, pensamos que mientras circulen a nuestro alrededor y no nos toquen, es tolerable y pasajero, un problema exclusivo de quien los padece. Pero ¿qué ocurre cuando nos empiezan a afectar?, ¿cómo hemos de reaccionar? Agrupándose en torno a una idea común, al abrigo de habilidades y conocimientos comunes.
Como decía en artículos anteriores, ha llegado el momento de formar equipos para maximizar las aportaciones personales, lo cual aumenta significativamente la opción de crear redes con personas afines, aprovechando las sinergias para aportar y recoger a medidas iguales. Cualquiera que decida emprender este camino debe dejar de lado el individualismo recalcitrante, la mezquina idea de aportar sólo cuando hay beneficio inmediato a la vista. Afortunadamente, la sociedad se ha globalizado y si el vecino se empobrece, su desgracia, tarde o temprano, acabará tocando el recurso de todos. Por naturaleza partimos de un sentimiento de lejanía hacia los problemas ajenos, pensamos que mientras circulen a nuestro alrededor y no nos toquen, es tolerable y pasajero, un problema exclusivo de quien los padece. Pero ¿qué ocurre cuando nos empiezan a afectar?, ¿cómo hemos de reaccionar? Agrupándose en torno a una idea común, al abrigo de habilidades y conocimientos comunes.
Al fin y al cabo los valores tradicionales han
muerto. El florecimiento económico del pasado nos hizo creer durante años que
lo mejor era individualizar los conocimientos; aprender estrategias
personalizadas, formar divisiones laborales donde cada pieza fuera
estrictamente capacitada para su división y nada más. Pero henos aquí que remar
en solitario no conduce a ninguna parte. La poderosa corriente de la crisis no
admite optar por un emprendimiento individual sin asomarse, prácticamente, a un
suicidio comercial o profesional. Ya no hay nada privado en esta sociedad en
crisis, ya no se pueden personalizar ni las deudas, incluso las propiedades
heredadas de los antepasados están contaminadas de cargas impositivas o
hipotecarias. Es cierto que ellos actuaron con la mejor intención del mundo
disponiendo sus patrimonios para sus herederos, pero lo que éstos han recogido,
muchas veces no son más que compromisos adquiridos en otros tiempos a los que
están obligados a hacer frente ahora.
Pero, como he repetido muchas veces, esto no es el
final del camino. No para mí. Por ello es tan importante medir el esfuerzo para
saber la calidad del salto que se va dar. Es de sentido común definir la puesta
en marcha de una iniciativa como una acción intencionada para recoger
beneficios. Por consiguiente, no se puede apostar por encima de la capacidad
determinada por la propia iniciativa. Aquellos que vaticinan márgenes irreales
de beneficios a su actividad, sólo se abocan a trabajar para cubrir las deudas
de ahora. Un error muy común, por cierto, cuando se empieza un emprendimiento. Muchos
caen en la tentación de endeudarse a costa de los beneficios futuros irreales.
Probablemente ese beneficio llegue, y si lo hace generosamente servirá para
cubrir las deudas generadas con anterioridad. Pero ¿qué ocurre si esa previsión
de ganancias de retrasa? No digo que desaparezca, sino que se retrasa. Las
deudas ya están formalizadas y deben ser saldadas en tiempo y forma, de lo
contrario las consecuencias impositivas o en términos de intereses son
demoledoras. En ese momento se suele incurrir en más deudas para cubrir las
deudas, lo cual se traduce en un debilitamiento drástico de la capacidad de
maniobra, y una buena iniciativa se convierte en una trampa. A partir de
entonces se pasa a la fase de supervivencia hasta la llegada del esperado
margen de beneficios reales. Conozco las consecuencias de la gran carga que
supone trabajar día y noche sólo para afrontar compromisos pasados. En esa situación
el tiempo es el mayor patíbulo del emprendedor, porque cuando llega el momento
de recoger beneficios, por más grande que sea el margen, sólo sirve para cubrir
deudas, lo cual redunda en una flagrante incapacidad para realizar nuevas
inversiones o para permitirse algún capricho personal. Por todo ello, es
recomendable ejecutar maniobras realistas, ajustadas a la propia iniciativa,
pero maniobras hacia delante. Quedarse de pie esperando mejores tiempos es un
error que no debe permitirse un emprendedor.
Seguir a @RoberttiGamarra
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