jueves, 5 de diciembre de 2013

En el borde del precipicio

¿Cuánto tiempo se aguanta un problema?



precipicio
Es escalofriante la rapidez con la que se pierde la ilusión por una iniciativa cuando está acorralada por adversidades. Es comprensible la debilidad humana ante las desgracias, al fin y al cabo nadie nos educa para manejarnos en los problemas, para saltar el precipicio. Pero esta enfermedad de rendición inmediata es más incurable cuando afecta a un grupo de personas, donde por inercia todos asumen agachar la cabeza y tienden a renunciar a sus actividades por una afectación colectiva sin remedio. Me refiero a las penalidades, sobre todo económicas, que acaban por eliminar las iniciativas porque los emprendedores no saben cómo hacer frente a las dificultades.


Si el esfuerzo y el dinero invertidos en publicitar las ayudas oficiales para emprendedores, fueran también destinados proporcionalmente a formarles para afrontar los contratiempos, estaríamos hablando de una posibilidad real de supervivencia. ¿Esto es populismo? Seguramente. Muchos dirán que eso es imposible y que hay lo que hay. Cierto. Pero, por desgracia, no existe un manual para afrontar los problemas, una guía para aguantar los posibles fracasos, lo cual lleva al emprendedor por un camino de soledad y frustración que acaban por configurar un porvenir oscuro y despiadado para su creatividad.

Todo esto viene motivado por una reunión a la que asistí, hace un tiempo, pensando que encontraría un nuevo camino para argumentar mi negocio y para aglutinar entorno a mi idea a más personas con iniciativas afines. Sin embargo, lo que me encontré no me lo habría esperado ni en el peor escenario de la crisis. La mayoría, para no decir todas las personas o empresas que estaban allí presentes, estaban afectadas por un insalvable derrotismo que ponía en riesgo cualquier negocio relacionado con ellos. No les culpo, porque al conocer sus historias, no podía dudar de que ellos sólo eran víctimas de una realidad insostenible y de que sus negocios echarían el cierre más temprano que tarde, a causa de encontrarse sin alternativas. Estaban ahogados por deudas, estaban imposibilitados para innovar o diseñar nuevas estrategias y, lo más importante, esa realidad había acabado con la ilusión de todos ellos.

En este artículo no pretendo explicar nada ni discutir nada, simplemente presentar una realidad que me ha conmovido, porque, quiera o no, ver a esas personas sucumbir ante una realidad económica insostenible, da mucho que pensar, sobre todo ¿hacia dónde nos lleva esta corriente furibunda?

   

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